Memoria y resistencia desde las disputas en la sociedad digital latinoamericana

Memory and resistance from the Latin American digital society struggles

Sección: Presentación
Sobre los autores:

Los espacios digitales se han consolidado no sólo como parte de las herramientas comunicativas que permiten nuevas formas de participación ciudadana, sino también como lugares de resistencia y memoria (Cepeda, 2020; M. C. Lemus & Bárcenas, 2019; Vázquez & Leetoy, 2016). Ahí circulan discursos hegemónicos y contrahegemónicos que dialogan y llegan a tener resonancia en otros espacios públicos y mediáticos. Entendemos la resistencia como actos que pueden manifestarse incluso dentro de la cotidianidad de sujetos que enfrentan la hegemonía de distintas formas - incluso creativas- e interactúan con el poder dentro de la vida social (Negri, 2001).

Este número busca poner en diálogo las formas de representación y conmemoración visibles en los espacios en línea, que juegan un papel en procesos de disputa por la memoria y en la resistencia y contracultura frente a los discursos e imaginarios oficiales. Los artículos aquí contenidos abordan preguntas tales como: ¿Cómo cambian los significados de la memoria en la sociedad digital? ¿Cómo se articulan las formas digitales y los discursos de las minorías en la creación de espacios de resistencia y contra hegemónicos? ¿Qué significados cobra la movilización producto del diálogo y continuidad entre los contextos online y offline?

Para acercarnos al vínculo entre memoria y prácticas digitales recurrimos al concepto de “memoria digital” de Ekaterina Haskins. Allí confluyen en un mismo lugar la “memoria moderna de archivo” y la “memoria tradicional vivida”, debido a que en ella no hay separación entre la posibilidad de almacenar (y ordenar) y la posibilidad de estar presentes e interactuar (Haskins, 2007; Lafont, 2017; Link & Caresani, 2018; Monge & Siles, 2020). Este concepto se vincula con las plataformas digitales al ser estas interpretables como una forma de archivo contemporáneo que, como cualquier archivo, está inmerso en relaciones de poder que condicionan los criterios curatoriales y que visibiliza disputas por la memoria (Cussen, 2018; Geismar, 2017; Sandoval, 2019). Puede caracterizarse también como el producto de prácticas vernáculas que construyen una memoria pública que se confronta con la llamada memoria oficial (Haskins, 2007). En ese sentido, entendemos el proceso de construcción de la memoria en relación con los archivos digitales, como un terreno de disputa y como un evento abierto a la potencial participación de variados actores que en esos espacios han hallado una forma de resistencia.

Ahora bien, estos archivos como parte de la construcción de la memoria se componen de artefactos digitales de diferente naturaleza que incluyen discursos textuales, sonoros, visuales y audiovisuales que se resignifican continuamente por la movilidad de las prácticas digitales de individuos (como postear, compartir, dar “likes”) y por la arquitectura que tienen esas plataformas como espacios digitales (Kallinikos et al., 2010). En este número especial queremos enfocarnos tanto en las disputas que se visibilizan en esos espacios como en el efecto de las prácticas digitales en procesos de recordación y conmemoración en la construcción de la memoria.

Hacer memoria como forma de resistencia

Hablar de resistencia implica hablar de su co-extensión con el poder, como lo expone Foucault (Giraldo Díaz, 2006), así como de hegemonía y contrahegemonía, categorías con la que Gramsci caracteriza la capacidad que tiene un determinado grupo social para imponer su visión del mundo a través de la cultura, consumo y comunicación (Canclini, 1984; Gramsci, 1981) y, por otra parte, la capacidad que también existe para oponerse a ella. Estas relaciones de poder han permeado los espacios socio-digitales y les han dado cabida a nuevas formas de disputa basadas en el poder de la conectividad y de las apropiaciones tecnológicas, ahora enmarcadas en debates alrededor del poder y el contrapoder (Castells, 2008). Por lo tanto, estos espacios, si bien potencializan las redes del poder, también dan espacio para la resistencia. Al aproximarnos al internet como una fragmentada esfera pública (Arslan, 2019; López, 2016; Winocur & Sánchez Martínez, 2015) que da cuenta de estas disputas, se evidencia la forma en la que el poder sigue permeando las relaciones humanas mediadas por la tecnología. Como podemos ver a través de los trabajos recogidos en este número, la resistencia incluye a las prácticas de memoria e incitan a una pluralidad de las versiones de la historia en la esfera pública. En ese sentido, los ejercicios de memoria que abarcan la realización de archivos y de infraestructuras que contienen artefactos digitales buscan legitimar una determinada posición política a través de actos reivindicativos o conmemorativos de determinadas posiciones políticas. El giro hacia lo digital también ha incentivado la descentralización del lenguaje escrito para darle lugar a la visualidad como una herramienta comunicativa importante de la conformación de archivos de memoria y de resistencia.

Para Jelin, las identidades y las memorias son cosas “con las que pensamos para fijar ciertos parámetros de identidad; el sujeto selecciona ciertos hitos, ciertas memorias que lo ponen en relación con otros” (2002). En ese sentido, la selección de ciertos eventos o experiencias están sujetos a las identidades y a las construcciones que se tienen de sí mismo y de las otredades. Las relaciones entre el “yo” y los “otros” también son visibles en las disputas que tienen lugar en los espacios digitales. Allí se hace evidente que la memoria es también un acto que evoca y trae a colación eventos del pasado que se performan en el presente como actos conmemorativos (Lohmeier & Pentzold, 2014). Uno de esos espacios conmemorativos en donde se performan las disputas de la memoria son los archivos.

Podemos ver entonces nuevas formas de crear memoria que dejan atrás la idea de que el estado tiene un papel preponderante en dichos procesos (Simon & Zucker, 2020). Si bien las redes sociales permiten narrativas colectivas que hacen contrapeso a los espacios de “memoria oficial” no son proyectos homogéneos. Diferentes actores con sus propias narrativas encuentran en las redes sociales espacios para articularse, resistir y organizarse. Debido a las nuevas dinámicas que traen las redes sociales, autores han destacado que los procesos de construcción de memoria son, por un lado, comunicativos (Vazquez & Leetoy, 2016) y, por otro, colectivos (Cepeda, 2020). Las comunidades comparten narrativas y con ello, van formando archivos digitales cuyas narrativas incluyen registros textuales, imágenes y videos. Sin embargo, las redes sociales son también son los lugares donde encuentran oposición y colapsan con otros proyectos dando paso a la disputa por los procesos de construcción de memoria.

Archivos como espacios de disputas por la memoria

Resulta difícil establecer una definición estándar de archivo, más aún teniendo en cuenta las dimensiones y transformaciones que este término ha empezado a tener en los mundos digitales. Un trabajo interesante sobre las transformaciones del archivo al archivo digital es el de Kummels y Cánepa, quienes en dos volúmenes explican cómo dentro de la perspectiva analítica antropológica hay un diálogo y coexistencia entre diferentes tipos de archivos (Kummels & Cánepa Koch, 2020). Estos se adscriben a las lógicas de los espacios en los que son expuestos y en los cuales generan interacciones. Los archivos no son, en ese sentido, solamente un lugar en donde se almacenan objetos con determinados criterios curatoriales sino también relaciones sociales (Haskins, 2007; Mbembe, 2002). Podemos verlos, asimismo, como una unidad de análisis o como una forma de transgredir relaciones de poder (Geismar, 2017) y como un lugar en donde es posible hacer observaciones etnográficas (Dalsgaard, 2016). Si bien es posible ver a los archivos como instrumentos de grupos hegemónicos que buscan respaldar una determinada versión de la historia (Appadurai, 2003; Zeitlyn, 2012), también pueden consolidarse como espacios que se oponen a estas versiones, como también es expuesto por Foucault y Derrida (Zeitlyn, 2012).

En ese orden de ideas, en este número reconocemos la pluralidad de las definiciones del archivo, al que entendemos como parte de un conjunto de relaciones (Groo, 2020). Su constitución da cuenta de un cúmulo de objetos escogidos con un proceso curatorial que da luz a ciertas narrativas y silencia otras. Este proceso de escoger no es entonces un episodio neutral, sino una acción que dialoga con el contexto y con los actores que interactúan en este. Vemos al internet como un espacio en el que se despliegan diferentes tipos de archivos que llevan consigo las cargas simbólicas y performativas de individuos y colectividades, y que dan cuenta, por una parte, de las disputas, entre las que se incluyen las de la memoria, y, por otra, de las estrategias narrativas que se albergan en estas infraestructuras. La cualidad adicional que tienen los archivos digitales es la apertura hacia otros públicos a causa de la potencial reproductividad e hiperconectividad de los hipervínculos que trasladan estas narrativas a diferentes escenarios (Kallinikos et al., 2010) y que permite la recontextualización de contenidos (Androutsopoulos, 2014; John, 2013, Link & Caserani, 2018). La conciencia de esta apertura, que muchas veces permite la interacción (Haskins, 2007) de individuos variados, también es la que motiva a que estos archivos sean vistos como vehículos para disputar esa esfera pública en la que el internet se ha convertido.

Los archivos pueden consolidarse tanto como espacios que contradicen las narrativas hegemónicas, como lo expone el trabajo de Maxim Karagodin al examinar los archivos construidos por la diáspora chilena a víctimas de la dictadura militar de Pinochet o como espacios donde, por el contrario, se difunden noticias falsas que legitiman el crimen de una política que se oponía al statu quo, como se expone en el trabajo de Daniel Pacheco Wegmann. En el primer trabajo, el componente contra-hegemónico también se ve sustentado en prácticas de activismo en espacios onlife, mientras que en el segundo se reflejan prácticas que evocan la “estética” del activismo, pero que son apropiadas por los grupos que en ese momento detentan el poder. El carácter relacional y de interacción de los archivos digitales insertos en disputas por el poder muestran además una intencionalidad por capturar construcciones de la memoria, es decir, de potencializar determinadas formas de recordar. En ese sentido, la esfera pública se consolida también como un espacio de la memoria sustentado en las emociones que suscitan las disputas por el poder. Así lo muestra también el trabajo de Guillermo Salvador Ortega que se enfoca en el dolor como un sistema de representación que suele dejarse fuera del análisis de los archivos. El término “esfera pública emocional” mencionado en el trabajo de Daniel Pacheco Wegmann se refiere a las cargas emocionales de las expresiones que se coleccionan en esos archivos, y que nacen como producto de las prácticas digitales de los actores que participan en esas disputas. Por lo tanto, los archivos pueden ser leídos como unidades de una memoria en disputa en la que se visibilizan tanto prácticas de perpetuación del poder como prácticas de resistencia.

Memoria y resistencia en América Latina

Este número especial consta de cuatro artículos y una reseña de un libro. A continuación, señalaremos la contribución que hace cada artículo a las discusiones académicas sobre los temas que ocupan el número.

El primer artículo es el de Daniel Pacheco #MarielleVive y el Movimento Brasil Livre: crimen, conflicto y sociedad digital. El autor da cuenta de la disputa por la memoria de Marielle Franco, política y activista feminista en Brasil. Marielle fue asesinada debido a las actividades políticas y de oposición que representaba a la derecha brasileña. Daniel Pacheco analiza las narrativas y la difusión de noticias falsas por parte de la así llamada “nueva derecha” relacionadas con este crimen. Su contribución está en brindar evidencia de los entrelazamientos entre memoria y resistencia, así como la disputa por la memoria por parte de actores políticos en Brasil.

La contribución del trabajo de Maxim Karagodin “Digitally archiving collective memories in the Chilean-American” es analizar el archivo como un elemento que es capaz de producir diálogos y discusiones sobre la memoria durante la dictadura de Pinochet en Chile. Asimismo, la forma en la que se vinculan las formas de recordar con el activismo de la diáspora da cuenta de una producción descentralizada de archivos desde la distancia. El trabajo de Karagodin muestra claramente el ensamblaje contenido en las prácticas digitales de infraestructuras online y offline. Además, da evidencia de que los archivos digitales a través de los procesos de diálogo explican las formas en que la memoria es disputada por diversos actores.

Otro artículo que compone el número especial es el de “Hallazgos, dolor y olvido. Tensiones del recuerdo a través de la dimensión mental de medios de memoria digitales. El caso de Archivos de la Represión” de Guillermo Salvador Ortega. El artículo analiza las representaciones mentales sobre el pasado represivo que construyen los familiares de las víctimas y los usuarios del archivo digital. El artículo da cuenta de las relaciones de poder que atraviesan cualquier archivo como herramientas que posibilitan la historia, que materializan procesos de institucionalización, así como que los archivos juegan el papel de inscripción probatoria del pasado. A través del análisis de dicho archivo digital, el autor muestra cómo hay una resignificación de esos documentos que son interpelados por el dolor. Esta es la contribución del artículo en enfocarse en el dolor como representación que se suele dejar fuera del análisis de archivo. En el artículo este mismo dolor es la representación que construye el archivo digital como medio para la memoria colectiva.

El trabajo “Violencia de género en el ámbito universitario en México: espacios de memoria que emergen del activismo feminista en redes” de Daniela Cerva y Marcela Suárez contribuye a este número especial en mostrar la disputa de la memoria y resistencia. Las autoras analizan el caso de estudiantes de la UNAM que a través de su activismo luchan en contra de la violencia de género e impunidad institucional. El artículo se enfoca en las prácticas de denuncia pública, tendederos, así como otras acciones en contra de las violencias institucionales como los memes como repertorios de resistencia novedosos que articulan una renovada agencia feminista, que sin embargo, es confrontada con intentos de disciplinar a través de las mismas redes sociales.

El número cierra con una reseña efectuada por Roberto Dominguez Caceres del libro: Infected Empires. Decolonizing Zombies, escrito por Patricia Saldarriaga y Emy Manini en 2022 y publicado por Rutgers University Press. La reseña hace referencia a la figura del Zombie como representación de la resistencia ante la infección histórica y de nuestros tiempos: el (neo)colonialismo.

Métodos para aproximarse a la memoria

Así como son diversas las formas en las que se construye la memoria y las luchas en los espacios digitales son diversas también lo son las aproximaciones metodológicas para acercarse de formas entrelazadas. En este número especial proponemos tener un foco en los métodos que nos permitirá analizar de qué forma la memoria es resignificada. Al mismo tiempo, cómo estos procesos de resignificación también ponen nuevos desafíos metodológicos en las investigaciones (Rojo & Corvera, 2019; Suárez, 2018; Sued, 2019). Por ejemplo, la necesidad de resignificar los sitios de campo, para verlos por ejemplo como una red (Burrell, 2009). Muestra de ello es la exploración de un archivo digital para analizar cómo la memoria sobre la dictadura chilena en Estados Unidos se articula con el activismo offline de la diáspora. Es pertinente también la observación de los espacios digitales y el seguimiento de páginas Web y perfiles de Facebook y Twitter como canales que permiten la propagación de narrativas políticas como las de la derecha en Brasil. Asimismo, el seguimiento de las prácticas de resistencia de estudiantes que luchan en contra de la violencia en los espacios universitarios y la creación de espacios de memoria como estrategia de lucha en contra de la impunidad institucional de las autoridades.

En su artículo para este número, Daniel Pacheco Wegmann adhiere a sus observaciones etnográficas un análisis crítico del discurso de los actores que contribuyeron a la creación de un debate público respecto a la muerte de Marielle Franco. Estas dos formas de acercarse a las narrativas que hacen parte de la esfera pública muestran que los archivos pueden analizarse desde diferentes perspectivas que trascienden el trabajo de “revisor de archivos” y que pueden ser observados en relación desde otras prácticas investigativas etnográficas y de análisis lingüístico con las que pueden perfilarse interesantes preguntas de investigación. En ese sentido, descentrar la “digitalidad” implica estar en capacidad de dialogar con otras fuentes y otros materiales que constituyen el paisaje de la memoria. La contribución principal del artículo de Pacheco Wegmann, en el que, si bien no se menciona explícitamente el concepto de archivo, es el poner en evidencia que las infraestructuras digitales que albergan rumores o noticias falsas funcionan como archivos que ilustran discusiones y narrativas políticas, pero, sobre todo, que reflejan las redes y relaciones de poder en las que están insertas estas publicaciones.

El acceso a las prácticas digitales que constituyen a estos archivos se adquiere desde propuestas metodológicas diferentes. En el caso de Maxim Karagodin, en donde sale a relucir el papel de los intermediarios de la memoria colectiva e individual y su doble rol como productores y espectadores, el autor ensambla material empírico procedente de entrevistas realizadas a estos actores con su propia observación participante y trabajo de archivo. Por su parte, Guillermo Salvador Ortega analiza “Archivos de la Represión” disponible en (archivosdelarepresion.org) como un medio de memoria que conjunta 300 mil fotos de documentos del periodo de Guerra Sucia en México (1960-1980). Ambos autores hacen evidente los lazos entre el poder, archivos digitales y formas de resignificación de la memoria.

Por último, Daniela Cerva y Marcela Suárez llevan a cabo un seguimiento a la colectiva estudiantil “Mujeres Organizadas de la Facultad de ingeniería” de la UNAM. A través de su página de Facebook recolectaron testimonios de denuncias públicas de violencia de género, memes, registros fotográficos de tendederos (intervenciones en el espacio público y digital para crear memoria de la violencia), así como videos de mítines virtuales y mesas de discusión. Con ello pudieron analizar las imbricaciones de memoria y resistencia, pero también su disputa ya que el material mostró que las estudiantes activistas reciben intentos por disciplinarles por el activismo que llevan a cabo.

Estos son sólo algunos ejemplos de las aproximaciones metodológicas para acercarse a los procesos de construcción de memoria y resistencia, pero también debido a las nuevas tecnologías y la extensión del espacio público su disputa.

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